Ten en cuenta los motivos que te damos para valorar si es buen momento para cambiar tus gafas, no por capricho, sino por necesidad.
Ya ha pasado un tiempo desde que volviste de vacaciones, por lo que has tenido un buen margen para adaptarte de nuevo a las tareas cotidianas y al trabajo. En estos días en los que has tenido que volver a poner tus cinco sentidos para dar lo máximo de ti, quizás hayas notado que uno de ellos no te responde como debería. Nos referimos a la vista. Y es que quizás estés notando que al final de la jornada laboral te duele la cabeza, no lees la letra pequeña de los documentos tan bien como antes o no te encuentras totalmente cómodo al volante. Estas alteraciones pueden deberse a que tus gafas necesitan una "puesta a punto" o directamente tienes que cambiarlas porque por sus características no son capaces de compensar tu defecto refractivo.
No estás cómodo.
Cuando nos detectan un defecto refractivo, como es la miopía, la hipermetropía, el astigmatismo o la presbicia, debemos tener en cuenta que puede no avanzar, pero también es posible que vaya a más con el paso del tiempo, algo bastante común entre niños y adolescentes debido al proceso de crecimiento. Por este motivo, cuando se indica el uso de unas gafas para compensar dichos defectos, el Óptico-Optometrista recomienda al afectado que acuda a una nueva revisión al cabo de seis meses, ya que si el problema ha aumentado y no se está usando la lente adecuada, el defecto tiende a empeorar. En este momento puede que el profesional sanitario compruebe que es necesario usar otro tipo de lente y, en ciertas ocasiones, haya que cambiar de gafas.
Aunque es muy probable que tú mismo notes que con tus gafas no ves bien, es mejor no esperar llegar a este momento por el bien de tu salud visual. Piensa que siempre será más fácil hacer pequeñas modificaciones que resolver un problema mayor.
También envejecen.
Por muy bien que cuides tus gafas, ten en cuenta que es un objeto que usas constantemente y a diario, sin mencionar los golpes y el mal uso (ponerlas como diadema, morder la varilla, guardarlas en el bolso sin la funda) que muchos despistados llevan a cabo.
Lo cierto es que hoy en día los materiales con los que se diseñan las gafas son muy resistentes y de alta durabilidad, pero hay ocasiones en las que no queda más remedio que cambiarlas. Las varillas no siempre se pueden reparar o, por diferentes motivos, el modelo ya no se ajusta debidamente al rostro. Si la montura ha perdido color, está desgastada o tiene una pequeña rotura y es necesario renovarlas, seguramente también tendras que adquirir unas lentes nuevas porque las viejas no se pueden adaptar a la montura elegida.
Nuevas necesidades.
Suele ocurrir que por necesidad o comodidad, aunque tu graduación no varíe, quieras cambiar la lente de tus gafas, y éstas no pueden adaptarse a las que ya tienes. Esto se da cuando quieres unas gafas de sol graduadas, unas lentes fotocromáticas o has decidido usar unas lentes progresivas. En estos casos es prácticamente inevitable el cambio completo de gafas.
Otros gustos.
Es la razón menos relacionada con la salud, pero que tiene mucho peso para la mayoría de las personas, sobre todo para quienes no se separan de sus gafas. Que el diseño de la montura vaya bien con los rasgos del rostro es fundamental para que la persona se encuentre cómoda y segura con sus gafas. Por otro lado, en el mundo de la óptica también manda la moda y las tendencias, por lo que es posible que el modelo que te compraste hace un par de años ya no te guste tanto y prefieras el último presentado por tu marca preferida. En tal caso, déjate asesorar por un Óptico-Optometrista porque no siempre lo más bonito es lo mejor para todos.
Salud Visual Nº 34
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